GUADALAJARA Y EL CRIMEN DE SOTODOSOS. Del Cadalso al cielo


GUADALAJARA Y EL CRIMEN DE SOTODOSOS. Del Cadalso al cielo

   Guadalajara, la capital de la Alcarria, vivió en 1909 una de aquellas ejecuciones que tenían lugar, ordenadas por el los altos tribunales de la justicia.

   El reo, ejecutado en el patio de la cárcel, era un pobre hombre que unos meses antes, en unión de su mujer, llevó a cabo un hecho criminal cuyas consecuencias le llevaron al patíbulo.

  Desde todos los lugares se pidió su indulto pero en ocasiones, en muchas ocasiones, la justicia es dura, sobre todo cuando como es el caso y eran los tiempos, el hombre era un pobre hombre que…
El libro:
·  Tapa blanda: 77 páginas
·  Editor: Independently published
·  Colección: Tinta Negra. Núm. 7
·  Idioma: Español
·  ISBN-13: 979-8667086833
·  ASIN: B08D4VRNTV

Comenzaba el mes de mayo…

-I-
MAYO FLORIDO Y HERMOSO

   Según se contaba habían pasado cincuenta años desde la última vez que Guadalajara vivió un espectáculo similar al que se disponía en el patio de la cárcel para el día 5 de mayo de 1909.   
   Un dia en el que la ciudad se disponía a vivir la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz y en el que también se disponían las mayas a ocupar sus altarcitos en los portales o en las calles, como exaltación de la primavera en tradición centenaria.
   De las mayas, de aquellas mayas que salían a las calles de Guadalajara en semejante día, se decía que eran la representación de la primavera. La exaltación de las flores, de la belleza, de la naturaleza, de…
Mayo, florido y bello,
mes de las mayas,
seas muy bien venido,
si nos traes agua,
de lo contrario,
quiera Dios que al marcharte,
te parta un rayo…

   También eso cantaban porque, sin embargo de pedirse agua, ese 5 de mayo la ciudad estaba de luto, desde mucho antes de que se anunciase el luto oficial con el tañer de las campanas.
   El comercio, tan atento siempre a todos los acontecimientos, aquel día anunció que tendría sus puertas cerradas hasta después de las diez, hora en la que todo habría terminado.
   Y así lo hizo.
   Cuando las tiendas abrían sus puertas las campanas ya habían dejado de anunciar que el ejecutor de sentencias, el verdugo de la muerte enviado por la justicia oficial y el Gobierno del reino, a quien el rey, en nombre de todos los ciudadanos ofrecía su paga a través del Ministerio de Gracia y Justicia, había cumplido con su trabajo.
   Tras la breve interrupción, para rezar, así lo pidieron las altas jerarquía eclesiásticas, por quien iba a reunirse con el Creador, la vida continuó como si nada hubiese sucedido. Hasta la próxima, si es que existía una próxima vez. Que parece ser que no existió.

   Lo ocurrido en el patio de la cárcel era algo que, dadas las circunstancias, acontecía a cualquier hora y en cualquier lugar.
   A pesar de que siempre había quienes, desde muchos años atrás, venían pidiendo la abolición de la pena de muerte, como algo contra natura. La denominaban algo así como “un crimen oficial”. Ejecutado por un pobre borracho, el verdugo, en nombre de quienes, con levita y toga, dictaban sentencias para luego, como aquel Pilatos de las Sagradas Escrituras, lavarse las manos en una palangana manchada de sangre y barro.
   Porque, ¿de qué servía matar de forma oficial a alguien que…? 
   Probablemente de nada. A pesar de que siempre quedaba ese regusto final de que el muerto vengado descansaba en paz. Que hasta que la venganza mortal no estaba cumplida su alma vagaría eternamente por ese limbo infinito por el que habían de vagar las almas en pena y en busca de reposo eterno.
   Los políticos, que dos o tres días antes se movilizaron, en ese gesto que tanto trata de agradar a la ciudadanía como de fastidio propio por tener que salir corriendo en busca de algo que, a fin de cuentas, al pueblo, según los políticos, le agradaba.
   De otra manera podían, estando en lo alto de la pirámide, cambiar las leyes y abolir, de una vez por todas, como se les pedía, la pena de muerte. Pero aquellos políticos que a última hora pedían la gracia de que el rey perdonase, no estaban por la labor. El rey tampoco. Que parecía que desde los siglos del medievo a los reyes, por serlo, les gustaba aplicar el sagrado derecho a disponer de las vidas haciendas de sus súbditos.
   El Conde de Romanones no puso muy buena cara cuando se le presentó la comisión de Guadalajara en busca de su influencia para llegar al presidente del Consejo y que el presidente del Consejo llegase al Rey y el Rey, aunque fuese en el último momento, firmase el indulto.
   -Ustedes están locos…
   Su respuesta a la petición. 

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