BRIHUEGA:
POR UNA MALA MUJER. La maldad de los hombres buenos
Los hombres buenos, los que administran
justicia, en ocasiones se equivocan y juzgan de distinta manera al pobre que al
rico.
El Juanelas era un pobre hombre que, llevado
quién sabe por qué instintos, quitó la vida a un hombre.
Lo juzgaron,
y lo condenaron. Los testigos decían que no estaba del todo en sus
cabales, y los médicos que padecía un cierto grado de minusvalía que entonces
denominaban “imbecilidad”.
A las puertas del cadalso, para ayudarlo a
bien morir, le dieron a leer, a pesar de que no sabía leer, un libro con un
significativo título: “Del Cadalso, al cielo”.
El
libro:
· Tapa blanda: 68 páginas
· Editor: Independently published (18 de
julio de 2020)
· Colección: Tinta Negra. Núm. 8
· Idioma: Español
· ISBN-13: 979-8667087946
· ASIN: B08D54RD1Y
Y
no, a pesar de que se pidió el indulto, no hubo perdón…
-I-
SIN PERDÓN
Nadie se lo iba a decir nunca pero eran muchos los que tenían la
convicción de que don Álvaro de Figueroa y Torres, el señor conde de Romanones,
era uno de esos personajes que, incluso mintiendo, lo hacía con elegancia.
-Hasta para mentir hay que ser un señor.
Lo dijo, en voz baja, a su compañero de Comisión, uno de los concejales
del Ayuntamiento de Brihuega. Tampoco es que tuviese la conciencia limpia y su
verdad fuese de las que no han de ponerse en duda, pero…
El Sr. Silvela (D. Francisco), con una sonrisa de oreja a oreja, delante
de todos ellos, abrió las manos y tendió los brazos como si extendiese las
alas:
-¿Y qué quieren que les diga? Es la justicia, señores míos. Nosotros,
los gobernantes, estamos obligados a hacer cumplir las leyes, y las leyes no
las hacemos nosotros, las dicta el pueblo. ¿Qué dirían ustedes si se encontrasen en la misma situación? ¿A qué
padre o madre, que ha pasado por lo mismo y aguarda que se cumpla la sentencia,
la ley, les dicen ustedes que, llegado el momento del cumplimiento de la
Sentencia pide el pueblo que…?
Debía de tener parte de razón, porque salvo dos o tres periodistas, que
siempre son como los tábanos, que pican en toda piel por duro que esté el
pellejo, ninguno de los políticos le llevó la contraria. Porque claro está, el
jodío del Cachicán había cometido un crimen, y no un crimen cualquiera… Un
crimen con todas las alevosías posibles. Un crimen en el que la maldad humana
quedaba demostrada. Y la mala hierba, la mala humanidad, hay que arrancarla de
la tierra. Extirparla de raíz.
-Qué ha pasado por encima de las sagradas leyes de la cristiandad; que
se ha saltado todas las reglas de la urbanidad; de la decencia, de la…
Cierto. Ya lo dijo la prensa: “…cometió
el más horrible de los delitos con relajación de los sagrados vínculos de una
institución en que se funda la familia…”
Cómo iba el Consejo a pedir a la Reina que firmase el indulto. La Reina,
tan cristiana ella, tan justa en todos sus actos. De Misa y Rosario diarios.
El señor Silvela estaba en lo cierto. Los delitos se tienen que pagar.
Porque la ley está para algo. Si, también es cierto que la ley se ceba más con
el desgraciado que con el hombre de posibles, pero es que el desgraciado es
como un lobo, que cuando cata la sangre se arregosta y, como el lobo, quiere
más.
-Entonces… -Don Álvaro, tan locuaz siempre.
-Entonces, mi querido don Álvaro, póngase usted en mi lugar. Todos
ustedes. Póngase todos ustedes en mi lugar y…
Llevaba razón. El señor Silvela llevaba razón. A los asesinos hay que
castigarlos. De lo contrario hoy por aquí y mañana por allá, al final terminan
echando de casa a las gentes sencillas, de ley, de orden, como ellos.
EL LIBRO, PULSANDO AQUÍ
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